lunes, 26 de abril de 2010

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Gótico es el primer romántico. También, paradójicamente, es el último escalafón del romántico. Cuando se transforma, es capaz de escuchar el rumor del mundo: la noche brilla con una intensidad casi enloquecedora, se oye el barullo del insecto sobre la hoja, la estatua parpadea . El vampiro es extremadamente frágil. El mundo lo avasalla y lo mata. Por eso él se apaga, se esconde, se repliega. Es un fóbico. Solamente un hambre muy intensa puede sacarlo fuera.

Para el gótico el mundo es una herida hiperrealista.
En la luz, en los colores, en la belleza, en los paisajes (no dejará de advertirse la naturaleza estrictamente visual), hay algo agresivo, doloroso. Las cosas, iluminadas por la luz eleática e inexorable del sol "astro obsceno", son masivas, aproblemáticas, imponentes, rotundas. La luz directa es la muerte o la locura.

Gótico es un animal audiotáctil, no visual. Nadie más ajeno a la intensidad, idea romántica. El placer, palabra tan excesiva, tan teatral, tiene que ver menos con encender que con apagar cierta intensidad, con filtrarla y controlarla.


Tiene que ver con una huída, o mejor, con un repliegue:
en los sonidos, en la textura de sonidos y cosas, en su densidad, su porosidad, sus irregularidades. Gótico es alguien que quiere desesperadamente apagar el mundo para controlar el ardor hiperestésico que le provoca. Escribir, pensar, razonar, hacer música, son parte de sus estrategias. No es contradictorio y ni siquiera raro que gótico se retire hacia una estética más bien clásica y apolínea. En esa acción obtiene pautas, ritmos, rutinas perceptuales e intelectuales. Son formas negativas, opacas y tranquilas del placer. Alivio.

Se reconocen unos en o contra otros. Van a morir y están atravesados por una especie de urgencia, una ansiedad vital, eléctrica, innoble. Son adolescentes. A pesar de su espectaculari-dad, la identidad romántica siempre vacila, se indecide, pende. Ellos necesitan probar, saberse vivos.

En cambio, el gótico, sencillamente, está solo. Es un condenado, un escindido. Su identidad es lo único absoluto. Ya no necesita testimonios externos que lo confirmen, y por eso lleva la soberbia hasta el extremo de no reflejarse en los espejos ¿qué espejo, por otra parte, podría devolver esa hipertrofia, esa desmesura?.

Ninguna ansiedad vital, nada que probar. Sencillamente seguir viviendo: arte melancólico de oscurecer, velar, filtrar. Menos que a morir, le teme a no morir del todo. Teme que no suceda, algún día, el alivio definitivo que disuelva en la nada ese yo despótico, (esa callada megalomanía).



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