domingo, 21 de octubre de 2018

Cuando los sueños se acaban

Era un día común. Otra mañana de esas que hacen que el espesor de la pena no se sienta tan inusual. Sentada en el mismo balcón, veía pasar a la gente de forma muy discreta. Sus manos, cansadas de tallar el mármol, se encontraban secas y un tanto adoloridas.

Miraba a la nada, pensando en si lo volvería a ver alguna vez. Aquella noche en que se conocieron no salía de su mente. ¿Era amor lo que estaba sintiendo? Su corazón latía fuerte al recordar aquellos ojos tristes que la miraron sin cesar aquel día.

La melancolía no le permitía sentirse mejor. No podía dejar de desear que llegara la noche para poderle ver nuevamente, si la suerte estaba de su lado. Tomó una taza de café, sentada en aquel balcón. Veía sus manos constantemente, pensando en esa marca que había dejado.

-Quiero verlo otra vez. - Murmuró. - Aunque sea lo ultimo que haga.

Se encaminó a su vestidor y escogió el vestido negro más lindo que tenía. Se puso sus medias de malla y acompañó su vestimenta con un hermoso corsé. Sacó sus botas y se maquilló. Arregló su cabello y se puso un pequeño sombrero que combinaba con todo.

La noche no tardó en aparecer. Lista para el encuentro se dispuso a dirigirse a aquella galería en donde se habían encontrado el día anterior. Cerca de las 12 de la media noche, cuando sus esperanzas se esfumaban, apareció. Aquel caballero con estilo refinado. Sus ojos se posaron en ella, dejando escapar una sonrisa, se le acercó lentamente.

-Buenas noches. Veo que gusta de las mismas costumbres. ¿No le parece peligroso estar fuera a estas horas de la noche?

-No. -Respondió firme de sus palabras. - Mi intención era verte nuevamente. Siendo honesta.

-¿Si? ¿Por qué?

-No lo sé. Me intrigas. No puedo sacarte de mi mente. Es todo lo que sé.

-Quizás yo tengo la respuesta a eso, Katherine. 

Su semblante cambió. Ella no había mencionado su nombre en ningún momento durante el primer encuentro. Su corazón latía fuertemente, sus manos sudaban de los nervios.  Sus ojos delataban el temor que sentía por dentro.

-No tengas miedo. Sé mucho de ti, pero no es para que sientas temor alguno.

-¿Cómo es que conoces mi nombre?

-Te veo todos los días en el mismo balcón. Bebiendo de la misma taza. Te veo tallar el mármol y crear hermosas esculturas. Todos los días, desde hace mucho tiempo.

-¿Qué?

-La primera vez que te vi, estabas leyendo un libro de cubierta negra. Luego me di cuenta de que era tu libro de dibujo. Te veía a diario en la biblioteca y un día te seguí. Desde entonces, he estado prensando a ti.

Sus ojos se tornaron rojos. La dama intentó huir pero su cuerpo no reaccionaba. Suavemente movió su cabello de su cuello, ofrenciéndoselo a aquel caballero. Él la tomó entre sus brazos, pero no la mordió. Acarició su cabello y se quedo mirándola.

-No puedo. Me gustas así. Te quiero mortal, frágil...

-No entiendo. ¿Qué es esto?

-Eres mía. Fuiste mía desde siempre. Durante muchas vidas lo has sido. Te he esperado en todas ellas.

-Yo... Siento que te conozco...

-Eras el amor de mi vida... Antes de convertirme en... Esto...

Ella lo miró tiernamente, acariciando su mejilla. El cerró sus ojos, respirando aquel aroma que le era familiar.

-¿Quieres que esta sea la ultima vida? - Dijo, llevando su mano a su pecho. - No tienes porque seguir esperando. Estoy lista.

Aquel caballero la miró nuevamente. En su interior sabía que no quería condenarla al tormento que el vivía a diario. Pero, irónicamente, no podía seguir viviendo sin ella.

Se alejó bruscamente. La miró una ultima vez y la besó.

Despertó agitada en su cama. Traía la bata puesta, como siempre. Se encontraba en la misma habitación, rodeada de las mismas cosas de siempre.

-Fue solo un sueño.- Se dijo a si misma.

Se dirigió a la ventana, se sirvió café en la taza de siempre. Miró sus manos y la marca ya no estaba. Miró a la gente, como siempre. Suspiró con melancolía y allí se quedó. Mirando el paisaje.

A lo lejos, un caballero de finas vestiduras la miraba.  Fijó sus ojos en aquella dama por una última vez.

-Hasta pronto, amor mío. - Dijo en voz baja, siguiendo su camino.

Así fue como lentamente  desapareció entre la gente, no sin antes, dejar una rosa junto a la escultura de su amada. Quizás en una próxima vida tendrá el valor de llevarla consigo.